lunes, 8 de diciembre de 2008

EN EL AZUL


A los paseos por La Arboleda; a los bancos de La Arboleda-ahora ya no quedan-; a las noches de luna llena; los charcos de la calle; los fuegos que hacíamos para quemar tantas estupideces; a Garfunkel, sobre todo por aquel disco inolvidable que Pablo perdió cuando venía de Madrid con su moto jugando a adelantar al viento; a la Plaza Mayor de Madrid y a cuantos han soñado en ella -me acuerdo de una tarde en que te pregunté si estudiabas inglés y de repente desapareció la estatua aquella del caballo y el rey y... -; a María y sus flacas mujeres en blanco y negro, sus cartas manchadas de vino y sus universos particulares; a Mari Tere y la distancia -¿ queda muy lejos Salamanca ?-; a Jose Mari y la filosofía; al suelo de saco de la buhardilla y a un cuadro de entonces con dos mujeres sentadas: una de azul, otra de


Así comenzaba la dedicatoria del libro de poemas EN EL AZUL que escribi hace ya tanto tiempo que hasta yo me sorprendí anoche cuando por azar lo encontre en una estantería y , como obedeciendo a una llamada del ayer, comencé a releer poemas que entonces escondían sentimientos tan fuertes, pero que ahora solo son testimonio del pasado ¿ o del presente ? " el tiempo permanece, somos nosotros quienes escapamos al tiempo"

Ha amanecido lluviosa esta mañana de lunes festivo, los cristales dibujan formas de vapor y mis animalillos duermen repartidos por la habitación, indiferentes a cuanto no sean mis palabras, ellos están a salvo de estéticas y formas...

Transcribo un poema de entonces, LLUVIA, al que el cantautor salmantino Nino Sánchez compuso una música preciosa regada de melancolía y del que cantó unas estrofas en el refertorio del monasterio cisterciense de Huerta, cuando la inauguración de la exposicion de pintura del verano pasado, para hacer honor a la mañana.


Lluvia.

Misteriosa cortina transparente

detrás de la cual todo es posible,

hasta lo más lejano,

hasta lo más celosamente oculto en nuestro fondo.

Lluvia.

Aliento gris que nos redime de pasados fugores

mientras el pensamieno se revela

y construye hipótesis posibles

tan transparentes como la lluvia,

tan necesarias, tan imprescindibles

como las primeras lágrimas

sorprendentemente inexpertas.

Llueve, y un olor de pasado me reclama.

Tejados azules,

horizontes azules en la suave penumbra,

mientras los días eran sucesiones sin forma

ingrávidos y fugaces como el hombre.

Ahora, los charcos de la calle

no son sino fantasmas dolorosos,

espejos en donde se contemplan las nubes vagabundas,

ocasionales pretextos del recuerdo.

Una pared, un cristal me separan del agua,

de los indescriptibles laberintos

que cobijan mi vida,

una pared, ese velo impalpable

que diferencia y singulariza a los hombres,

el mismo que justifica mis palabras,

el móvil de ellas.

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